EL BLOG DE ROSA LOPEZ

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jueves, 9 de diciembre de 2010

PAQUETE DE CUENTOS DE NAVIDAD



Navidad, mucho más que regalos.
Mónica Esparza Patiño. Escritora peruana.
Cuento de Navidad.

Se acercaba la Navidad, los niños se portaban mejor que nunca porque Papa Noel les traería lo que les habían pedido en sus cartitas, las mamás preparaban la Cena con mucho esmero y
los papás recordaban su niñez con melancolía.

Sin embargo para Juanito la Navidad era un día del año más, donde no pasaba nada extraño ni había nada por qué celebrar, pues no tenía padres ni familiares, ni había recibido nunca un
regalo de Papá Noel.

Paco, un niño rico vio a Juanito vendiendo caramelos en medio de la calle, hacía mucho frío y vio que no traía zapatos, entonces le dijo a su papá:

- Papá, por qué Papa Noel no le ha regalado zapatos a ese niño.

Su papá se sintió avergonzado y no supo qué decir, cuando trató de explicarle a su hijo que no todos los niños reciben un regalo en Navidad, Paco lo interrumpió y le dijo:

- Puedo regalarle mis zapatos papá, seguramente Papa Noel está noche me regala otros.

Su padre entusiasmado por el desprendimiento de su hijo aceptó y mediante este gesto, quiso enseñarle a su hijo que la navidad es mucho más recibir regalos, y le dijo:

- Qué te parece si además de obsequiarle tus zapatos lo invitamos a pasar con nosotros esta Navidad, cenar y compartir un momento muy especial.

Paco se puso feliz, le obsequió los zapatos a Juanito, ropita abrigadora y juntos pasaron una Feliz Navidad.

Ambos entendieron que la Navidad es una fecha hermosa para compartir.

Fin



El dragón Agamenón. Dolores Espinosa, escritora española. Cuento de Navidad.



En cierta ocasión en que me aburría un montón alguien me contó la historia de un dragón llamado Agamenón. Un dragón gruñón, tragón y fanfarrón.

Un dragón gordinflas al que volar le costaba un montón. Agamenón, el dragón, vivía en una cueva situada en una montaña que está cerca, muy cerca, demasiado cerca, del Bosque Más o
Menos Encantado donde vivían varias hadas, siete docenas de duendes,
unos cuantos elfos, tres o cuatro brujas, un montón de gnomos, algún
mago despistado, cinco o seis sapos hechizados, un par de lobos casi
feroces, una abuela tarambana y su nieta Mariana, varias princesas con
sus respectivos príncipes y sus respectivos padres y sus respectivas
madres y sus séquitos y sus cortes y... bueno, con toda esa gente que
acompaña a las princesas.

Vivían, además, unas seis decenas de enanos, tres gigantes, cuatro ogros, una o dos familias de osos (formadas cada una por papá oso, mamá osa y un
pequeño osezno más -inexplicablemente- una pequeña niña rubia de cabello
rizado). Vamos, que el Bosque Más o Menos Encantado, estaba super
poblado.

Tanta, pero tantísima gent... perso... seres habitaban en aquel bosque que, en ocasiones, el ruido se volvía insoportable. Sobre todo cuando los habitantes del Bosque Más o Menos
Encantado celebraban alguna fiesta... Y os puedo asegurar que se
celebraban unas cuantas a lo largo del año.

Entonces no había quien soportara el alboroto y la algarabía que allá se montaba. El pobre Agamenón, que sufría de migrañas, lo pasaba fatal. El dragón gruñía y se enfadaba. Les
gritaba que callaran. Pero cuanto más se enfadaba, más ruido hacían.
Cuando Agamenón se enfadaba mucho, mucho, rugía y, con esfuerzo, lograba
levantar su enorme panza del suelo y remontaba el vuelo mientras
escupía fuego sobre el bosque.

Pero como tenía muy mala puntería, nunca lograba quemar ni medio arbolito. Así que los habitantes del Bosque Más o Menos Encantado seguían haciendo ruido y celebrando fiestas
estridentes. Y a Agamenón no le quedaba más remedio que meterse en lo
más profundo de su cueva para intentar librarse de aquella bulla.

La peor época de todas, para el dragón, era la Navidad. Agamenón lo pasaba realmente mal con tantísimas fiestas, una detrás de la otra, casi sin descanso durante tantísimos días. Cada
año, cuando veía cómo el hada Muérdago se preparaba para esparcir la
magia navideña por todo el mundo, Agamenón soñaba con que se le perdiera
la cajita donde la guardaba y así poder librarse de la fiesta que más
dolores de cabeza le provocaba.

Pero eso nunca ocurría... Hasta cierto año en que, aquella cajita, misteriosamente, desapareció. El hada Muérdago recorrió todo el bosque intentando encontrarla pero nadie sabía
qué había sido de ella.

Claro que a Muérdago no se le ocurrió ir hasta la montaña y preguntarle a cierto dragón gruñón, tragón y fanfarrón. Porque si lo hubiera hecho... Bueno, si lo hubiera hecho
Agamenón le habría dicho que no sabía nada de la dichosa cajita y que lo
dejara en paz y que no fuera pesada, y que hay qué ver que menudos
vecinos tenía que no dejaban de molestarle y que bla, bla, bla.

Y Agamenón le habría dicho todo eso muy serio y muy ofendido mientras, con su enorme cola, ocultaría un pequeño y brillante cofre que se parecía mucho, pero que mucho, a la cajita de
Muérdago. Vamos, que el dragón habría mentido como un bellaco y sin que
se le moviera ni una sola de sus relucientes escamas.

Sí, señoritos, señoritas y demás bichitos. Fue Agamenón, el dragón, quien robó la magia de la Navidad porque, por una vez, quería librarse de tanto ruido y tanta música y
tanto griterío. Lástima que le saliera mal el plan y que, a pesar de
todo, aquel año también hubiera Navidad.

Pero os voy a contar un secreto y espero que no se lo contéis a nadie porque si el dragón Agamenón se entera.... ufffff.... si se entera... Acercaos un poco que no nos oiga nadie.
Pues, veréis, resulta que, esa Navidad, el dragón no tuvo ni una
migraña, ni tan siquiera una pequeñita; no señoritas, señoritos y demás
bichitos.

Y es que, cuando Agamenón abrió aquella cajita, toda la magia de la Navidad cayó sobre él y, aunque no llegó al extremo de unirse a los habitantes del Bosque Más o Menos Encantado
(Agamenón, en el fondo, era muy tímido), sí que disfrutó, por vez
primera, de las fiestas. Y había que ver al gordinflón con las alas
engalanadas con espumillón y bolas y estrellitas y acebo y muérdago y
cualquier adorno navideño que encontró por ahí. Hasta un árbolito lleno
de lucecitas llegó a poner en su cueva.

Sí, señoritas, señoritos y demás bichitos, aquel año, gracias a su malvado robo, Agamenón se lo pasó en grande en Navidad y, a partir de entonces, no volvió a gruñir ni a
quejarse ni a sufrir migrañas durante esas fiestas.

Y hasta, incluso, llegó a confesarle a Muérdago lo que había hecho y a pedirle disculpas. Pero, recordad, esto es un gran, gran secreto. Shhhhh.... que no se entere nadie. Que no se
entere Agamenón, el dragón gruñón, tragón y fanfarrón que si se entera
de que lo he contado... Uffff.... si se entera...

Fin

Aura y la Navidad. Dolores Espinosa, escritora española. Cuento de Navidad.



Ya llega la Navidad, días llenos de magia, y Aura salta llena de alegría. Son días muy felices, días repletos de ilusión y Aura los disfruta un montón sin dejarse nada en el
tintero. Primero, Adviento. En su calendario Aura comienza a desgranar
los días que faltan para las fiestas celebrar.

Tras cada ventanita se esconde una sorpresa y a Aura le encanta descubrirla: hoy una chocolatina, mañana una golosina, ayer fue una pegatina. Son cosas pequeñitas, minúsculas
sorpresitas que a la niña hacen disfrutar. Ya llega la Navidad y Aura
quiere reír porque en estos días se siente muy feliz.

Segundo, adornar el árbol, algo muy divertido: que si una bola por aquí, que si espumillón por allá, que si luces, que si angelitos, que si lacitos, que
si una gran estrella para el final. Luego, con un chocolate bien
caliente, Aura frente se sentará frente a él para contemplarlo,
disfrutarlo y mil cosas imaginar.

Esas bolas de colores, piensa Aura, son planetas diminutos donde vive gente microscópica. Y el espumillón, sigue pensando, son autopistas doradas y plateadas que conectan unos planetas
con otros y por él viajan, deslizándose, las pequeñas personillas. Y
esas luces amarillas, rojas, verde o azules, son estrellas luminosas que
charlan con parpadeos; ahora hablan las rojas y callan las demás, luego
callan todas y hablan las verdes y así sin parar.

Ya llega la Navidad y Aura llena su cabecita de ilusión y felicidad. En tercer lugar, el Nacimiento que Aura prepara con mucho cuidado junto a sus papás. Aquí un pastor, la
lavandera por allá, ese ángel va más acá. Algo de musgo, un par de
piedras, papel de plata para el río figurar; un cielo azul y una gran
estrella para los Reyes guiar.

Luego,al acabar, se queda observándolo, haciendo algún cambio final y, cómo no, poniendo su imaginación a trabajar. Aura imagina que las figuritas de noche, mientras todos
duermen, seguro se moverán. Y los Reyes avanzarán un poco y el Niño
llorará, y María cantará una nana y los pastores bailarán.

Y los ángeles jugarán al corro y las pastoras reirán y los animales harán mucho ruido y todos se divertirán. Ufff... menudo jolgorio, piensa, el que se debe montar.

Ya llega la Navidad y Aura se siente feliz de poderlas celebrar. Y piensa Aura en Papá Noel y en lo gordote que está y en que ella no tiene chimenea... hey, mamá, ¿por dónde va a
entrar? Y le deja unas galletas y leche para cenar, y piensa que, si en
cada casa, le ponen así de comer es normal que no pare de engordar.

Y, por supuesto, los Reyes, esos no pueden faltar, que Papá Noel está muy bien pero los Reyes, como son tres, pueden más regalos cargar. Y limpia bien sus zapatos y los deja
bajo la ventana aunque duda que con esos camellos puedan entrar por ahí.

Un vaso por cabeza, galletas para tres, agua para los animales... ¿Ya los pajes, mamá, que les podemos poner? Ya está aquí la Navidad, unos días de ilusiones y Aura disfruta a
montones. Ya está aquí la Navidad, Aura se siente feliz y cruza mucho
los dedos para que nunca se acabe, jamás.

Ya llegó la Navidad, qué bien que lo va a pasar, ojalá que todo el mundo las pueda disfrutar en paz y tranquilidad.

Fin.

RECIBAMOS A JESUS CON UN CORAZÓN DE NIÑO REPRESENTACION NAVIDEÑA.


Era Navidad y en el pueblo iban a hacer la representación del nacimiento de Jesús. Todos estaban muy entusiasmados, querían que la obra fuera un éxito. Los niños la iban a
representar, pero entre ellos había un niño con problemas; quién sabe
por qué causa, era más lento en aprender que los demás.

El quería estar en la obra, y a la maestra le dio ternura verlo con tanta emoción que le dio un papel pequeño: el del posadero que rechazaba a la Virgen y a José porque la
posada estaba llena.El día de la obra, el
teatro estaba a reventar; hasta había gente de pie. Y cuando llegaron a
la parte en la que llegan José y María a la posada, donde este niño con
problemas tenía que hablar, paso algo inesperado.

José toco la puerta y salió el posadero, y cuando ya los iba a rechazar, al ver a la joven pareja y sobre todo a la mujer, embarazada de quien iba a ser nuestro salvador, al niño se le
llenaron los ojos de lágrimas y les dijo:

"Pasen, pasen, la señora puede dormir en mi cama, que yo dormiré en el suelo."

Hubo un silencio intenso en la sala y a muchas personas les salieron lágrimas. La obra fue un éxito, a pesar de que no fue fiel representación de lo que realmente paso en esa noche de
Navidad, pero sentimos que algo había cambiado en nuestras vidas, pues
ese niño nos enseñó una lección de amor; en su inocencia nos enseñó que
debemos amar y ayudar a otros, no importa quienes sean, porque somos
hijos de Dios y estamos aquí para hacer el bien, sin pedir nada a
cambio.

Fin

Fuente: www.sanmiguel.org

Para reflexionar:

En el relato que acabamos de leer, quien “enseña la lección de amor” es un niño, inocente, como todos los niños. En el mundo, quien vino a darnos una lección de amor eterno
también se presentó ante nosotros en forma de niño. Dios no eligió
encarnarse en una forma poderosa, espectacular, fuerte para demostrarnos
su grandeza. Eligió hacerlo en un niño, humilde, sencillo, inocente.
Como ese niño, debería ser nuestro corazón. Pareciera que cuando uno es
chico, el corazón “es más blando”, más receptor de alegrías, más abierto
a recibir y ofrecer demostraciones de afecto. Por desgracia, a medida
que uno va creciendo y los años van pasando nuestro corazón se va
endureciendo, como sí así se hiciera más fuerte para no sufrir. Los
fracasos que hayamos tenido, las desilusiones que hayamos vivido parecen
enquistarse en ese corazón endurecido que ya muy poco tiene de inocente
y muchas veces, tampoco de humilde. Podríamos aprovechar la proximidad
de la Navidad y el maravilloso milagro que Dios vuelva a nacer una y
otra vez, para pensar que nos da a cada uno de nosotros, también una y
otra vez, la oportunidad de volver a nacer. Podríamos también intentar
limpiar nuestro corazón de las durezas con que se ha contaminado con los
años, para transformarlo en un corazón como el del niño del relato,
para quien pudo más sus sentimientos, que el libreto de la obra. Hagamos
un esfuerzo, la vida muchas veces no es fácil, pero vale la pena tratar
de salirse del libreto que está escrito para nosotros y dejar hacer a
nuestro corazón. De esta manera, podremos recibir a este Jesús niño que
vuelve a nacer para todos nosotros con un corazón un poquito más
parecido al suyo. Valdrá el esfuerzo, sin dudas.



JESUS SE MANIFIESTA EN EL OTRO. CUENTO DE NAVIDAD


“Era la noche de Navidad. Un ángel se apareció a una familia rica y le dijo a la dueña de casa:

-Te traigo una buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá a visitar tu casa.

La señora quedó entusiasmada: Nunca había creído posible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos,
conservas y vinos importados.

De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado.

-Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme? Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo.

-¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro día, respondió la dueña de casa. Ahora estoy ocupada con la cena para una importante visita.

Poco después, un hombre sucio de grasa llamó a su puerta.

-Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la esquina. ¿Por casualidad no tendría usted una caja de herramientas que me pueda prestar?

La señora, como estaba ocupada limpiando los vasos de cristal y los platos de porcelana, se irritó mucho:

-¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así? Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos.

La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso champaña en el refrigerador, escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos coctelitos.

Mientras tanto alguien afuera batió las palmas. Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús.

Era un niño harapiento de la calle.

-Señora, me puede dar un plato de comida.

-¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy atareada.

Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia emocionada esperaba la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no aparecía.

Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, que al poco tiempo comenzaron a hacer efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos
preparados. A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró,
con gran espanto frente a un ángel.

-¿Un ángel puede mentir? Gritó ella. Lo preparé todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma?

-No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, dijo el ángel. Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer embarazada, en la persona del camionero y en el
niño hambriento... pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo”
(1).

Fin

Fuente: www.sanmiguel.org.ar

Para reflexionar:

Este relato puede parecernos conocido y hasta remanido, pero no por eso menos real. Dios se hace hombre a través de su hijo, a través de un niño Jesús que nace cada
Navidad pobre, sin lujos ni comodidades. Sería bueno preguntarnos si
cada uno de nosotros logra ver a Jesús en el prójimo.

Creo que no nos resulta fácil. Jesús no se manifiesta sólo en la comunión, en la cruz, sino que también lo hace a través del otro; tal vez del que menos pensemos. Es común quizás
pensar que Jesús se hace palpable a través del necesitado, del pobre,
del marginado. Lo que tal vez no sea usual pensar es que también está en
los amigos, parientes y personas que nos rodean y sin embargo, también
es así.

Puede ser que haya personas que estén solas esta Navidad, tal vez el abuelo en un geriátrico, un vecino que no tiene familia, un amigo del que estamos distanciados, etc. Si en
cada una de estas personas, que no necesariamente tocarán nuestra puerta
como en el cuento, podemos ver a Jesús, podremos acercarlo a nuestra
vida, a nuestra mesa navideña y familiar. A nadie le gusta estar solo y
menos aún para estas fechas. Aunque no podamos escucharla con nuestros
oídos, Jesús siempre tiene una pregunta para nosotros: ¿y dónde está tu
hermano?

Donde esté nuestro hermano estará El y ambos junto a nosotros. Esta pregunta sólo podremos escucharla si tenemos el corazón dispuesto. Por eso, abramos nuestro corazón y con él
las puertas de nuestra casa. Que no haga falta que nadie nos toque el
timbre, que sean bienvenidos todos.

En esta Navidad aprendamos a reconocer a Jesús en el otro, quien sea y cómo sea y aprendamos también que Jesús siempre se manifiesta a través de él y no sólo en Navidad,
sino todos los días de nuestra vida.


El año que mamá Noel repartió los regalos de Navidad. Pilar Alberdi, escritora y Licenciada en psicología de España. Cuento de Navidad.



Podría decir de este cuento que así fue, porque así me lo contaron, pero... a los hechos me remito. Como sabéis en Laponia, donde vive Papá Noel, hace un frío terrible, te castañetean
los dientes, algunos días se te pegan las pestañas; de los techos de las
casas cuelgan unas incisi¬vas y larguísi¬mas estalactitas. En fin...
Cabe imaginar que en lugar tan maravilloso como inhóspito, las ardillas
usan guantes; los lobos, lustrosas botas de cuero; y los renos, unos
gracio¬sos gorros rojos con orlas blancas, que acaban en su punta con un
gracioso pompón. ¡Pero qué os voy a contar que no sepáis! O... ¿no sois
vosotros de los primeros en salir hacia los mercadillos navideños de
las plazas de vuestros pueblos y ciudades, y allí miráis encantados las
figuras del Belén, las zambombas, las bolsas de confeti, la nieve
artificial... hasta que..., lo inevi¬table, volvéis al hogar con uno de
esos maravillosos gorros rojos y blancos sobre vuestras cabezas? Pues...
lo que iba a contaros: a punto estaba de llegar a Laponia como a todo
el mundo el día de Navidad y Papá Noel amaneció con tos y fiebre. —Es
gripe —decía con los ojos llorosos. Y muy preocu¬pado añadía...— ¡Qué va
a ser de mis niñitas y niñitos! ¿Quién reparti¬rá las ilusio¬nes y
esperanzas, tantos regalos como ellos esperan!

—Yo —gritó una vocecita pequeña y delgada como un airecillo primaveral que llegaba de la cocina. Papá Noel, pensó en un ratoncito. Lo había visto hacía
tiempo protegiéndose del frío del invierno junto a la cocina de leña.
—Yo —repitió la vocecita... que acercándose a Papá Noel, le trajo un
gran vaso de leche con miel y un pastelillo—. Yo lo haré. Papá Noel
escuchó sin decir nada. Y Mamá Noel, repi¬tió: —Yo lo haré...

Bueno, la verdad es que a Papá Noel ese cambio no le agradó mucho; él, se llevaba los honores; él recibía las cartas de millones de niñas y niños; de él se hablaba en todos los
telediarios y periódicos del mundo... —Está bien —refunfuñó—, está bien.
Los tiempos han cambia¬do. Lo reconozco. He de reconocerlo. Me
parece... justo. Entonces Mamá Noel, consolándole, dijo: —No te
preocupes, Papá. No lo notarán. Llevaré tu traje, me pondré un almohadón
para imitar tu barriga, y... ¡Hasta una barba postiza! Fuera, el trineo
estaba preparado. Sonaban los casca¬belillos de los arneses y los renos
se movían ansiosos y expectantes. Nevaba y de los pinos caían
espontáneos puñados de nieve. —No, no es justo —reflexionó Papá Noel—.No
puedo permitirlo. Tú eres tú. Entonces Mamá Noel, dijo: —Bien, bien...
Veo que los dos estábamos preparados para este cambio... —¡Atchiss!
—contestó Papá Noel. Mamá Noel comenzó a vestir su propio traje. No se
ajustó barba, ni tripa, ni cargó un saco gigante lleno de juguetes sobre
su espalda como para demostrar cuán fuerte era para su edad. Se miró al
espejo... No estaba mal. Era mayor, pero su rostro reflejaba serenidad.
Enton¬ces, mirando a Papá Noel, se despidió: —Es hora de marchar. —Sí
—dijo él. —Volveré pronto —susurró ella— dándole un cariñoso beso en la
mejilla. —Te estaré esperando. Así fue como Mamá Noel, repartió los
regalos de Navidad, pero... ¡Siempre hay un pero! Sólo algunas personas,
las que esperaban el maravilloso acontecimiento de ver aparecer algún
día a Mamá Noel, la vieron, y fueron muy dichosos. Llamaron a las
agencias de noticias y, al día siguiente, la noticia que podía oírse y
leerse en los noticiarios y en los periódicos, era: «Mamá Noel repartió
los juguetes de este año». «Mamá Noel hizo las delicias de los niños».
«El nuevo siglo nos ha traído a Mamá Noel». Pero Mamá Noel no pensaba
sólo en esto, aunque la hacía muy feliz, sino en cómo estaría Papá Noel
recuperán¬dose de su gripe. Cuando llegó a su casa de Laponia, y no os
cuento ¡cuán cansados estaban los renos y Mamá Noel!, se encontró a Papá
Noel cantando y amasando pastelillos en la cocina. —Hola cielo —dijo
ella. —Hola, mi amor —contestó él. Era la primera vez que Papá Noel
cocinaba. Además, había lavado la ropa y ordenado la casa. Juntos
leyeron las noticias de los periódicos, y de todas ellas, la que más les
gustó, fue una que decía: «El año que viene, las niñas y niños del
mundo, podrán escribir —indis¬tintamente— a Mamá y a Papá Noel». ¡Lo
habían conseguido entre todos! Los cambios en las personas y en las
vidas, son así... Primero un deseo, un sueño, una posibilidad; luego,
una realidad, y cuando esto sucede... ¡Qué maravi¬lloso el aire de
fraterni¬dad que respira¬n las personas, y qué maravi¬llosa la luz que
parece irradiar el mundo!



Fin

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